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Mostrando entradas de marzo, 2023

Sorda como Bethoven

  Siempre tuve cierta admiración por las personas sordas. De pequeño, cuando los veía hablar el lenguaje de signos por la calle, me paraba, miraba y me daba qué pensar. Cuántas cosas dejaban de escuchar, de sentir y de identificar por culpa de una sordera. En esa sensibilidad hacia el mundo del silencio, tuvo mucho que ver mi bisabuela, Antonina, sorda como una tapia. Alguien dijo que su sordera era producto de los miedos y los sufrimientos de la guerra, de aquella hija que se escurrió por el balcón y de un marido al que sacaron de casa mientras cenaba para subirle a un camión y fusilarlo al amanecer. Así que motivos tenía para que su oído se cansara de escuchar. Sin embargo, mi bisabuela, de riguroso luto lucía una cara blanca cubierta de polvos y sonreía de forma continua. Conmigo jugaba sentada en el suelo, un gesto que yo agradecía. Entre sus locuciones más famosas estaban ¡Ay qué caramba!, ¡Sin dinero no baila el perro! y un “ soy sorda como Bethoven ”. Con los años crecí ...

La sonrisa de mi charcutera

  Los que peinamos experiencia en forma de canas o atusamos una barba de zorro plateado somos testigos de una generación que ha visto cambios muy significativos en nuestras vidas. Venimos de una etapa infantil con encerados de tizas cuadradas polvorientas, de dos canales de televisión con puntual programación para los más pequeños, de viajar en coche sin sillita ni cinturón en la parte trasera y de marcar números de teléfono con seis cifras. Ese es nuestro origen. Un origen donde todos sabíamos lo que era la “mili” o los Yoplait y su juego de cubiertos aunque nos costaba diferenciar si algo era nuevo o lavado con Perlán. Esos niños somo los que ahora nos obsesionamos con que la silla del coche tenga sistema “isofix” y comemos los yogures de Coronado porque creemos que nos sientan bien al tránsito (de la M-40) Lo que sí teníamos claro es que si te gustaba la niña del cuarto derecha o la hija de la carnicera, te impregnabas en una colonia llamada “Chispas” que tiene un término ad...

Regordetos

  Neños regordetos los hubo toda la vida. Y los habrá. Y formarán parte de la vida de las aulas, de los parques y de las obras de teatro o de las novelas infantiles. Yo fui uno de ellos. Los que vivimos la educación de los años 70 u 80 sabríamos reconocer a cada uno de estos niños y niñas que lucían bocadillos de bonito con mayonesa al recreo, sabían más de gastronomía que un chef con estrella Michelín y gastaban ropa en la sección de adulto. La crueldad se respiraba en torno a estos niños y niñas. Yo recuerdo a ese malvado profesor de Educación Física, gimnasia por entonces, que te obligaba a dar otra vuelta más a la cancha por llegar el último en las carreras continuas. Y ese profesor/a se sentía satisfecho al decir: ¡mueve el culo! Y cuando había que elegir a compañeros/as para hacer equipos, el regordetu/la regordeta siempre era el último en ser escogido. Insisto, puedo dar fe. Pero siempre había una güela que daba solución a cierta incertidumbre : vale más tener que desear...