Sorda como Bethoven
Siempre tuve cierta admiración por las personas sordas. De pequeño, cuando los veía hablar el lenguaje de signos por la calle, me paraba, miraba y me daba qué pensar. Cuántas cosas dejaban de escuchar, de sentir y de identificar por culpa de una sordera. En esa sensibilidad hacia el mundo del silencio, tuvo mucho que ver mi bisabuela, Antonina, sorda como una tapia. Alguien dijo que su sordera era producto de los miedos y los sufrimientos de la guerra, de aquella hija que se escurrió por el balcón y de un marido al que sacaron de casa mientras cenaba para subirle a un camión y fusilarlo al amanecer. Así que motivos tenía para que su oído se cansara de escuchar. Sin embargo, mi bisabuela, de riguroso luto lucía una cara blanca cubierta de polvos y sonreía de forma continua. Conmigo jugaba sentada en el suelo, un gesto que yo agradecía. Entre sus locuciones más famosas estaban ¡Ay qué caramba!, ¡Sin dinero no baila el perro! y un “ soy sorda como Bethoven ”. Con los años crecí ...