Aberraciones literarias sin aroma a Ducados
Yo tengo un librero de cabecera. Un señor bajito que regenta
una librería muy pequeña donde los libros, que se acumulan unos encima de los
otros, combinan títulos actuales con clásicos con solera, o lo que es lo mismo,
bajados de color por el sol de la tarde. Una librería que fue santuario de
peregrinación en los setenta cuando por la ciudad corría sangre literaria
cargada de glóbulos lingüísticos que oxigenaban los incipientes campus
universitarios. En la susodicha librería, Ducados, en mano, debatían los
eméritos profesores sobre las corrientes, las novedades literarias y la rabiosa
actualidad que fluía entre inauguraciones de pantanos y los goles de Di
Estéfano.
Cincuenta años más tarde mi librero de cabecera ordenaba ayer
una veintena de títulos nuevos recién llegados en la última remesa. Y es que
esta época del año es propicia para la venta de los nuevos títulos. Las
editoriales no dejan parar a unas máquinas que no son conscientes de lo que
imprimen ni se resienten ni sienten ni padecen; imprimen a lo largo de jornadas
de trabajo de 24 horas.
Estamos en esas semanas en las que las presentaciones y las
Ferias de Libros ocupan las secciones de noticias culturales, aunque muchas
veces como cierre de los informativos.
Detrás de los libros siempre hay horas de trabajo, de
esfuerzo e ilusión. Y, sin embargo, uno lee en los periódicos las noticias
relacionadas con la Feria de Madrid y el trending topic se lo lleva una
Reina que acude en búsqueda de un ejemplar sobre “reinas consortes” y una Ana
Obregón que va a hacer su primera aparición en público tras su reciente y
controvertido materno-abuelismo, para presentar su última historia, comenzada
por su hijo y concluida por ella. Qué coses. Eso es la noticia.
Yo cuando me entero de estas publicaciones siempre pienso en
lo mismo: otro ejemplar para calzar muebles, adornar mueble-bares y volver, en
algún momento, a sol de los domingos de rastro.
La historia de nuestro país, capaz de lo mejor y lo peor,
consiente que se publiquen auténticas aberraciones que ocupan escaparates y, lo
peor de todo, que son compradas y regaladas en ocasiones especiales.
Tirando de una frágil memoria, uno que tiene por “vezu”
perderse entre los puestos de libros de los rastros, fui capaz de hacer, sin
mucho esfuerzo un Top ten de ejemplares que pasarán a la historia por
ser libros que tras ser comprados/regalados, no ser leídos y ser ocupas de
húmedos trasteros, tienen sus últimos días en una caja de fruta de un puestín
de mercadillo bajo un rótulo que marca precio: 1 €uro. Son títulos que recogen
lo más granado del panorama intelectual de esta, nuestra España. Y ahí están
ellos:
Jesulín de
Ubrique tuvo mucha culpa en todo esto. La que fuera su mujer Belén Esteban
publicó Ambiciones y reflexiones; a la misma altura que su madre, Carmen
Bazán firmaba, en los años 90, Una nueva vida es posible. Cuánta nobleza
en el toro de lidia, qué pena que no sepan leer, embestirían más.
La esposísima del presidentísismo, Ana Botella, debió
encandilar a propios y extraños con “Mis ocho años en La Moncloa” donde
recaba sus experiencias previas a su peculiar incursión en la vida política
activa.
María Lapiedra, actriz de cine para adultos, reflexiona en el
2013, sobre su experiencia vital en “Mi mundo de plástico”, que bien podría
tratar la generación de residuos en los fondos marinos pero no, la plasticidad
era de otro calibre. La Agenda 2030 no existía por aquel entonces.
Alguno de los triunfitos más comestibles quiso sorprendernos
con libros de su firma sin su puño, y así fue como Bisbal escogió el título
“Desde dentro” para acabar siendo “un máquina”. Bendita progresión.
Los presentadores de televisión merecen capítulo aparte. Mis
dos vidas de la incombustible Maria Teresa Campos, La vida iba en serio,
de Jorge Javier Vázquez y ese inolvidable Sabor a hiel donde descubrimos
que ser negro era algo más que un color, acumulan ejemplares bajo el sol del
rastro.
Ana Obregón, sin arrepentimiento, ya lo hizo en 2012, con Así
soy yo; y así nos quedamos todos.
Títulos de libros que, a juzgar, por la profundidad de los
temas y el calado social y científico de los mismos, serían calificados de “non
gratos” y nunca serían dignos del aroma a Ducados.
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