Tóxico, como la lejía.

 

Para un setentero como yo, escuchar la palabra tóxico era vincularlo, directamente, con la botella de lejía, amarilla, con una calavera de importantes dimensiones que advertía de que aquello era peligroso. Algo de lo que dudabas cuando veías a las madres (sí, porque antes los padres limpiaban poco o nada) utilizarlo con mucha alegría y predisposición y hasta cierto grado de satisfacción al acompañar su uso de frases que resumían cada momento de uso: ¡lo que no quita la lejía no lo quita nada!, ¡eso hay que desinfectarlo con lejía!

Yo miraba a mi madre, miraba el recipiente de la lejía con su calavera y no acababa de entender aquella relación cuasiamorosa; ¿por qué a mi no me dejaban acercarme a ella? Porque era tóxica. Y, de aquella, no aparecía en la etiqueta el teléfono de urgencias toxicológicas.

Luego entendí que aquel poder “limpiador” y depurador de la lejía se reducía al ámbito doméstico y no al humano/fisiológico cuando pretendía curar la amigdalitis con un chupito de lejía. Hoy en día consideraba que tenía cierto poder de vidente cuando leo que hubo personas que quisieron terminar con el covid a golpe de lejía.

Todos asociamos diferentes palabras a nuestras experiencias personales y para mí, hablar de “tóxico” era hablar de lejía.

Con los años comprendí que el campo semántico de lo tóxico era mucho más amplio, más de lo que yo pensaba; amplio y vasto como aquel prau infinito bajo un cielo azul con el que abríamos Windows.

Esta mañana, escuché, en un margen de dos minutos, dos acepciones de la palabra “tóxico” que se repiten, cual morcilla de Burgos.

La relación entre Irene Montero y Yolanda Díaz es tan tóxica que tiene los días contados. Y es así como yo me imagino a ambas disfrutando de un spa donde han cambiado las aguas termales por lejía de la botella amarilla. Y en medio de las dos, la calavera.

No había terminado de imaginar esa “toxicidad” cuando escucho hablar de las relaciones de pareja terminan cuando una de las partes empieza a considerar al otro como “portador de prácticas conyugales tóxicas”. En ese momento quise imaginar tales prácticas pero quise más centrar la atención en untar la mermelada sobre el queso Philadelphia.

En un alarde de valentía, navegué y encontré que la toxicidad es un término muy frecuente en las consultas de especialistas de la mente. Y así uno descubre que “por culpa de una amistad tóxica” tu vida personal puede verse afectada y no resistir como el junco que resiste y no de dobla… aquello que cantaba el Dúo Dinámico (maravilloso nombre para un dúo, nada tóxico).

Pues sí, tengan cuidado ustedes, que hay tres tipos de amistades “tóxicas”:

-         Amistad “cubo de basura”. Se trata de esos amigos que te llaman a cualquier hora para repetirte una y otra vez lo mismo. Tú, al principio, les escuchas y tratas de darles tus mejores recomendaciones, puntos de vista y consejos. Ellos se desahogan, vacían sus excrementos emocionales en ti y se quedan mejor. El problema viene cuando te das cuenta de que tras colgar el teléfono hacen caso omiso a todo lo que les has dicho. Y también cuando te das cuenta de que, si algún día eres tú quien está mal, ni siquiera te escuchan, porque solo se importan a sí mismos.

Para mí, son los del epígrafe: “yo sabes lo que pienso, tú haz lo que te dé la gana”.

-         El amigo ‘verborreico’. Su problema es que solo habla de él/ella y no escucha jamás, pero si le necesitas, vendrá a por ti y tratará de ayudarte. Eso sí, el precio que deberás pagar es el de tener que aguantar su verborrea. No pueden evitarlo. Aunque no lo hagan desde una clara maldad, pueden producir en ti un desgaste muy profundo, así que debes preguntarte si realmente te compensa.

Para mí, son los del epígrafe: “corre, métete rápido en el ascensor que mira dónde viene fulanito/a y no lu/la soporto.

 

-         El amigo ‘por interés’. Son personas que se arriman a ti porque ven que tienes algo que les interesa. Te halagan con varios tipos de artimañas bien estudiadas, te hacen sentir que te admiran y que quieren ayudarte en lo que puedan, y lo que desean realmente es quedarse con todo aquello que te pertenece a ti.

Para mí, son los del epígrafe: “por qué te quiero Andrés”.

 

 ¿Y sabes por qué me niego a hablar de toxicidad? Porque para mí, lo tóxico siempre será la lejía. Amén.

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