Al mocho, mocho.
Al siglo XVI, enmarcado dentro
del ensalzado e iluminado Siglo de Oro, le surge en España una novela que nos marcará
para siempre: El Lazarillo de Tormes. Recuerden aquel niño que servía de
guía a un viejo invidente que le tendía trampas. Nacía la picaresca española
sobre el papel y que se mantiene viva, a lo largo del tiempo, en diferentes
formatos.
Un inolvidable Tony Leblanc junto
al no menos grande, Antonio Ozores, lo llevaron al clásico cine español a
finales de los 50 a través del timo de la estampita. En aquella película se daba
fe de que vivimos en un país donde las estampitas representadas en billetes, décimos
de lotería aparentemente premiados, o petroquímicas en El Musel (el petromocho
más astur), eran motivo de una picaresca no carente de alevosía.
Con los mismos fines, pero con
diferentes procedimientos, las estafas siguieron vigentes en telediarios,
prensa y corrillos. Aunque es cierto que algunas de estas estafas han
evolucionado en esta era digital. Ahí tenemos el conquistador de Tinder, el bizum
inverso, bitcoins, o las vapuleadas cuentas bancarias a través de las
aplicaciones que son, cada vez, más finas y no dejan rastro.
Por cierto, una de estas estafas
contemporáneas es el conocido como “Rip deal” (Trato mortal), donde
supuestamente empresarios extranjeros de “alto standing” se disponen a pagar casas,
coches de alta gama o joyas a un precio por encima del común en el mercado. La
única condición es que ellos pagan con billetes de 500€ similares a las de Tony
Leblanc. Ahí queda eso.
Pero a mi el timo que me sigue
llamando la atención y que está más vigente que nunca es el que se envuelve en
un fino papel de regalo, digamos que espiritual. Desde hace muchos años vengo
recordando noticias de apariciones marianas que sanaban y que escondían bajo los
hábitos un altavoz que emitía producciones de la virgen que no hacían otra cosa
que responder a las falsas expectativas creadas en torno a un negocio que, en
la mayoría de las ocasiones, acababa en el juzgado.
Pues ahora las sectas religiosas,
con mucho más tirón en épocas de crisis, son un negocio 2.0 y con un carácter
más globalizado. Me explico.
El pasado domingo, el líder
ultraconservador brasileño Edir Macedo habló por primera vez en España, en un
evento ante unos 3.000 creyentes del Centro de Ayuda Cristiano que
comienza su expansión en España.
¿Pero quién es este tal Edir
Macedo? Pues el susodicho, obispo de la iglesia evangélica, es uno de los
hombres más ricos de Brasil y propietario de una de las televisiones más importantes
y con un patrimonio estimado de 1000 millones de dólares.
Por su cabeza pasan ideas tales
como que las mujeres no deberían ir a la universidad, compara a los
homosexuales con bandidos y demoniza causas de la izquierda como la ideología
de género.
Y ahí va el dato: su iglesia
evangélica tiene en Brasil unos siete millones de seguidores. Que no iría mucho
más lejos si esos seguidores fueran meros espectadores a homilías rutinarias.
Lo peor de todo esto es que se
convierten en el ejército de un lobby; el Sr. Macedo, que congrega a miles de
fieles en “modo mitin” cada semana, los agita antes de usarlos como munición
política. Algo que supo utilizar muy bien en 2018 el líder de extrema derecha Bolsonaro
para ganar las elecciones presidenciales. Se asociaron y ganaron.
Es cierto que en las últimas
elecciones de noviembre, ganadas por Lula da Silva, se vio obligado a pedir a
sus fieles que respetaran el resultado “porque era la voluntad de Dios”. Como
se entere de esto algún político nuestro, ponemos mesas electorales hasta en
los confesionarios.
Pero vamos al jugo. ¿Qué se
tramaba en ese encuentro de Macedo con sus fieles?
“Usted que tiene un dolor o una
enfermedad, ponga las manos donde le duela”, les dijo. “Ahora mismo yo pido,
señor, y determino que sea esta persona sanada, que sea libre de ese cáncer, de
esa enfermedad, de ese dolor aquí en esta tarde.
Y claro, uno,
con esa enfermedad a cuestas, pues pones la mano donde sea porque te aferras a
la primera esperanza que se te ponga delante. Pero la esperanza no es gratuita.
Y ahí viene la segunda parte. Donaciones, incitación al pago voluntario y otras
estrategias de marketing no gratuitas cierran el espectáculo. Las sucursales de
oración, repartidas por 170 países, hacen el resto.
Yo me paro a pensar en toda esta
gente, mucha humilde, con llagas en las manos de trabajar, con madrugones
antológicos para ir a ganar dos duros y aferrados a las palabras de un
millonario capaz de conquistar sus esperanzas e, incluso, se convertirlas en votos
a unas presidenciales. Es pura magia. Es puro robo.
Y me hago
muchas preguntas. Pero una muy sospechosa al saber que el encuentro de Macedo
con sus creyentes tuvo lugar en el Palacio de Vistalegre, en Madrid, sede de
antológicos mítines que metieron mucho miedo. Algunas palabras de Macedo
pudieron se eco de otras escuchadas allí. Y a mí, esto, me pone vistetriste.
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