Vivat Academia, vivant profesores

 

En un país donde todos tenemos licencia para opinar de todo, aún no sabiendo o conociendo muy poco del tema y, sin necesidad alguna de sonrojarnos; hablar de política, educación o religión resulta estar al mismo nivel de la conversación meteorológica de ascensor con la brevedad impuesta por el tiempo de desplazamiento entre las cuatro alturas que van de la puerta de casa al portal.

Con esa profundidad y acompañada de una argumentación sin capacidad de fermentación, llevamos semanas hablando de los universitarios españoles por el efecto viral -y con la enorme virulencia añadida- de profesores epistolares primero y con la escenificación, en esta semana, de una auténtica representación del clásico teatro griego en la Universidad Complutense de Madrid.

Vayamos por partes.

Primero fue Daniel Arias Aranda, catedrático del Departamento de Organización de Empresas de la Universidad de Granada, que tituló una carta abierta con una sugerente propuesta: Querido alumno universitario de Grado: Te estamos engañando. Con pluma suelta fue capaz de llamar la atención de un buen grupo de nostálgicos ochenteros que recordaron las peripecias de una universidad española donde asistían a clase de Derecho Romano desde el quinto anfiteatro como si aquella aula fuese el Santiago Bernabéu mientras uno de los profesores, con 15% de aprobados en cada convocatoria, repetía año tras año lo mismo delante de un micrófono que emitía palabras metalizadas.

Luego fue Luis Ángel Hierro, Catedrático de Economía Pública de la Universidad de Sevilla quien argumentó que el alumnado que ocupa las bancadas de hoy es mucho mejor que el de antaño, estando más preparados para competir, aun asistiendo a clase con sus ordenadores personales en un intento por coger apuntes (y no con el paquete de Winston -eso es aportación mía).

              No seré yo, señor, quien vaya a rebatir opiniones de insignes catedráticos -no seré yo, no- pero me siento con el suficiente aliento para decir, y demostrar, que las Facultades de hoy se encuentran llenas de estudiantes anónimos que no son descendientes de familias pudientes, con apellidos compuestos, que nacían con el privilegio de convertirse en un Facultativo de minas y no en barrenista ni en un picador de primera. Por si fuera poco, hoy los números clausus para acceder a los Grados son los más altos de la historia y los más disputados.

              En cuanto a las dificultades de expresión y comprensión lingüística es cierto que, en algunos casos existen, pero la legislación educativa de hoy, querámoslo o no, evalúa por competencias y así nos podríamos encontrar un pegadizo y viral rap inspirado en las mujeres que visten de negro en La Casa de Bernarda Alba sin saber quién era Lorca. Una competencia no quita a la otra. Y, créame, Catedrático Arias Aranda, si usted sabe llegar a su alumnado, al alumnado de hoy, los WhatsApp, los Instagram y los TikTok esperan al final de la clase o, en el mejor de los casos, recogen una idea de aula para tuitear. ¿Acaso piensa que Platón no usaría RRSS para explicarnos el mito de la caverna?

Y para rematar acudimos esta semana al estreno de una nueva escenificación de la obra “Políticos en la Universidad”. Esta vez fue la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, la que acudió a recibir un homenaje a la Universidad Complutense. Un acto perfectamente estudiado y planificado, comenzando por un Rector que ensalza a una exalumna que le asigna presupuestos -sabiendo que si fuera una entidad privada podría ser doblemente beneficiada. De puertas para adentro un acto con la voz descontrolada y vehemente de una alumna con un brillante expediente académico que perdió la oportunidad de mostrar el lado más crítico, más social y más real, convirtiéndose en lo contrario, en una lanza a favor del sector más arcaico, conservador e irracional. Pero eso no es culpa de ella, es culpa de una parte de la sociedad que premia el populismo de derechas y de izquierdas, de una parte de la sociedad capaz de justificar políticas baratas y mal remendadas que entusiasman a ultras de un lado y otro insostenibles por el exceso de demagogia. A Ayuso le salió bien la jugada de salir de la Facultad a trompicones, estaba en el guion y lo deseaba. Una actuación donde ella es la protagonista laureada por los suyos y con una escenografía patrocinada por la fuerza de una juventud sabedora de su razón, pero incapaz, una vez más, de rematar una faena donde lleva las de ganar. Quizás a eso también se aprende -aunque no sé si se enseña.

Mientras escribo estas últimas líneas imagino el final de esta escenificación operística con actores y actrices entonando el Gaudeamus Igitur con las espadas, en forma de diplomas, empuñadas coreando un Vivat Academia, vivant profesores, mientras, en la última fila un Platón, smartphone en mano, cuenta que, aquella academia, no tiene nada que ver con la suya. Pero se cabrea, porque le faltan caracteres, así que abre hilo.

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