Nos toca
Hace 66 años, en 1957, EEUU, como no
podía ser de otra manera, la “píldora” fue aprobada en Estados Unidos para el
tratamiento de los “trastornos menstruales” y un año después como
anticonceptivo. En 1961, fue aprobada en Australia, Nueva Zelanda y Reino
Unido.
España, como era costumbre, tuvo que
esperar al 7 de octubre de 1978 para “despenalizar” su uso como método anticonceptivo.
Yo, de aquella, no era ni un proyecto de vida, pero puedo imaginar lo que puedo
imaginar esa revolución que supondría dar a la mujer unas riendas que, hasta
ese momento, no tenía. Aunque pensándolo bien, riendas tuvo pocas. No olvidemos
que hasta 1972 las mujeres menores de 25 años no podían abandonar el hogar
familiar sin autorización paterna a no ser que se casaran con un marido o con
Dios.
Sí es verdad que, como siempre, la
sociedad va delante de la legislación y hay estadísticas que creen que en 1975
el mercado negro de las píldoras llegaba a medio millón de españolas: quioscos bajo manga y médicos cómplices de la progresión
que la recetaban como fármaco para un tratamiento menstrual y no anticonceptivo
fueron precursores del movimiento.
Pero el miedo social tardó en
desaparecer. Se procuraban comprar en farmacias lejos de casa, quedándose la
última para que no se enterasen los presentes en el establecimiento y muchas
tuvieron que aguantar comentarios inapropiados e, incluso, más de una comunión
fue negada por ser el cura conocedor de que la feligresa tomaba la píldora.
De los beneficios médicos de la ingesta
de la píldora todos somos conocedores, si bien no podemos negar que, en algunos
casos, existen efectos secundarios no deseados. Lo que está claro es que la
mujer, desde el principio, ha asumido la ingesta de este fármaco anticonceptivo
sin tapujos. La efectividad del mismo, su control disciplinado y mujer fueron,
hasta ahora, en el mismo pack.
Y digo hasta ahora porque esta semana
hemos tenido la noticia de que, de manera inesperada, sin buscarlo, se ha
descubierto una píldora masculina. Sí, así, como el que no quiere la cosa, como
si fuera una idea de chigre. Científicos de la Universidad de Cornell, en
Estados Unidos han descubierto que, mientras trabajaban para tratar una
enfermedad en los ojos, los ratones a los que se les administró un fármaco que
inactiva el SAC (una proteína); producen espermatozoides, pero que no pueden
propulsarse hacia adelante durante unas tres horas, como máximo. ¡Bingo! La
píldora anticonceptiva maculina sale a la palestra. Basta con ingerirlo 30
minutos antes para que tenga efecto. Estos preliminares resultados se han
publicado en la revista Nature y se han conocido públicamente esta semana.
Hablando de preliminares, estos, más que nunca tienen duración.
Es cierto que se trata de una fase
experimental pero el debate está en la calle. Nuestra razón crítica se hace
valer y las reflexiones son cuando menos variopintas. Mujeres que dicen ¡ya era
hora!, ¡es injusto!, ¡ya está bien que seamos nosotras!, ¡que seamos nosotras
es puro machismo! ¡El mundo de la ginecología es puro machismo!
Y yo me pregunto, ¿está tan
normalizado el uso de este método en el perfil femenino? ¿Qué pasaría si llega
a comercializarse el método para hombres? ¿Quién lo toma? ¿Machismo si lo toma
ella?
Está claro que si, a día de hoy, no
existe un fármaco de este tipo para hombres es porque no es fácil detener el
paso de los espermatozoides. Ahora parece que se pueden ir ralentizando, al
menos en ratones.
Pero por lo escuchado estos días a mi
me sigue preocupando lo mismo. La educación en las ideas, en la cultura del
respeto entre hombres y mujeres. Todo debe empezar por analizar la situación personal
de cada pareja y tomar decisiones consensuadas.
A veces, me da la sensación de que
avanzamos mucho en investigación, sí. Pero ese progreso es inversamente proporcional
al nivel de las reflexiones humanas. ¿Puede montar en cólera él porque sea quien
deba tomar la píldora? ¿Y calificarlo de machismo por ser ella? No seré yo, señor,
no seré yo.
Creo que debemos invertir en ciencia
más que nunca pero en concienciación social, respeto y educación sexual demostramos
una y otra vez que no estamos a la altura.
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