Evolucionismo encilopédico
En mis queridos 80 los comerciales a puerta fría se repartían
entre los de Larousse, Durvan y Espasa en el sector librero; los de Avon, para
belleza y cuidado y AMC y Tupperware para la labor doméstica. Muy de vez en
cuando alguna congregación religiosa, más común en las ciudades, tomaba la
alternativa al picar y ver qué sucede.
La cuestión es que los padres de los 80 consideraban que una
buena enciclopedia era un esfuerzo meritorio y casi avalista de una educación
de éxito para sus hijos/as. Y si no lo tenían claro, el comercial de chaqueta
de cuadros y estrecha corbata se encargaba de que lo tuvieran Los trabajos que ordenaba
el Sr. Maestro o la Srta. Maestra tenían respuesta segura y fiable en las
páginas de aquella enciclopedia que ocupaba un lugar privilegiado en el mueble
bar del salón: allí, entre los portafotos de la comunión, las figuritas de
regalo de cortesía en las bodas y la copa ganada por un aficionado abuelo que
era líder en tute o mus.
Los apéndices “actualizados” anualmente de aquellos volúmenes
enciclopédicos comenzaron a ser acompañados por unos CD-ROM que, sin querer, iban
a suponer su muerte. El raposu estaba en el gallinero o el CD pegado a
la guarda anterior del volumen. Eran los comienzos de unos años 90 que traía aires
digitales. El “Encarta”, una de las primeras enciclopedias digitales asombraba
a jóvenes y mayores: estaba todo allí y no ocupaba espacio. Qué ilusos éramos
(y somos).
Pasaron los
90, y CD-ROM y enciclopedias convivían en un espacio común. Llegó el ansiado
2000 y sin ser el fin del mundo, como algunos pretendían, comenzaba la era de
internet: descubrimos la arroba, el email, los chats de Terra y un sinfín de
posibilidades que rozaban lo imposible. Para los trabajos de clase llegó la
Wikipedia, un instrumento de doble o triple filo (y, sino que se lo pregunten a
cierto político asturiano) a sabiendas de que lo que cuenta esta enciclopedia y
todo lo que venga de la red, hay que ponerlo en solfa (y eso que el check
verificador da cierta confianza). En estos momentos las enciclopedias comenzaron
a llegar a los rastros, a los trasteros y a COGERSA.
Luchar con el alumnado para que, a día de hoy, al investigar
en la red no se quede únicamente con la entrada a Wikipedia es arte de
paciencia y resignación. Por si fuera poco, ha llegado Generative
Pre-Trained Transformer —Transformador generativo preentrenado— más comúnmente
conocido como ChatGPT. Una máquina más devoradora que la política del alto
standing. La herramienta en cuestión permite cienes y cienes de
posibilidades que…¡meten mieu!
Que al maestro se le ocurrió pedir un trabajo sobre la
evolución de las alergias en Alemania… pues nada; tecleas el concepto y listo.
Que a la maestra le dio por pedir un poema de veinte versos sobre los grupos
musicales en la Francia de los años 60; pues nada, al momento hecho. Copiar y
Pegar. Todo ello con la virtud de que no repite reformulación sintáctica y que
puedes matizarle cuantas variantes se te ocurran.
De dónde saca la información el ChatGPT (la autoría) y sobre
la veracidad de la misma, son dos de las muchas preguntas que nos podemos
formular sobre esta herramienta que se hace llamar Inteligencia Artificial;
algo que me cuestiono: hasta dónde hay inteligencia y hasta dónde es artificial.
Y hablando de inteligencia. Ojo al dato. Ayer conocíamos un
nuevo estudio sobre el Efecto Flynn (un fenómeno observado en el campo
de la inteligencia humana, donde se ha identificado un aumento sostenido y
significativo en las puntuaciones de los tests de cociente intelectual (CI) a
lo largo de varias décadas en muchas partes del mundo). Pues bien, desde 1930,
las puntuaciones de cociente intelectual habían estado aumentando de forma
constante entre toda la población, pero esta tendencia parece haber cambiado,
según un estudio en Estados Unidos. Claro que es en EEUU; quizás los de la cuenca
buena y la cuenca menos buena nos salvemos.
En definitiva, recuperen su Larousse del trastero o de debajo
del mueble que calza y póngala a su disposición. Porque Rodrigo Díaz de Vivar,
el Cid Campeador siempre será burgalés, la Reconquista nació en tierras del
norte y les marañueles seguirán siendo de Luanco o de Candás, pero el ChatGPT
no te les cocina; y pa eso hay que tener mano.
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