Pseudoarqueólogos
Las playas españolas siempre fueron motivo de inspiración y
también de conspiración. En un país como el nuestro, lleno de intrépidos, los
arenales siempre serán una abundante localización de recursos. Películas,
videoclips, libros, conciertos, espetos, chiringuitos, venta ambulante, fotos
en la orilla, posados, cada vez menos castillos y cada día más runners.
Así, una y otra playa; así una y otra costa.
Pero, sin duda, hay un personaje propio de las playas
españolas cuyo “oficio” sin estar recogido en el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española, responde al nombre de “detectorista”. Sí, no es
fácil de describir, pero hay un patrón bastante fiel que responde a este
prototipo de ciudadano/a. Con un atuendo playero-montañero, amplio, ataviado
con unos auriculares llamativos y un bastón con final en “plato”, los detectoristas
deambulan por las playas en busca de objetos metálicos de valor que satisfagan
su ansia de arqueología pseudofrustrada.
En la mayoría de las ocasiones, estos sujetos, que esperan
con ilusión esa señal acústica que indique un posible hallazgo (cual binguero
esperando completar el cartón); se agachan, escarban y se topan con un pedazo
de basura metálica que, en el mejor de los casos, es recogida en una bolsa de
basura y en el peor, vuelve al mar.
La pasión
que envuelve al detectorista no es encontrar cualquier evidencia humana
que explique la evolución humana, no. El detectorista sueña con ese
reloj, esa cadena o esa sortija que vendida en un oscuro mercado, deje en caja
la mayor recaudación posible.
En los 80 y
los 90, el número de detectoristas era más reducido y los “beneficios” a
repartir mayores. Antes de la puesta del sol salían de sus casas “armados” con
su instrumental y ocupaban zonas de playa acotadas cual camellos en el reparto
de estupefacientes. Pasarse de zona era un riesgo.
Hoy día por menos de 100€ y de venta en cientos de
plataformas o webs, cualquiera puede tener su detector de metales en casa y
convertirse en un detectorista o en un pseudoarquólogo.
La proliferación llega a ser tan numerosa que los resultados
meten miedo. Los países nórdicos se llevan la palma. Y ya no es tan frecuente
encontrarlos en la playa; el ámbito de actuación ya es mucho mayor y, por
consiguiente, entre los hallazgos podemos encontrar tesoros históricos.
En Dinamarca, el gobierno ha cogido el toro por el detector y
ha desarrollado un plan de formación y de recompensa para cada uno de los
hallazgos de importancia que ya llenan museos. Y es que 30.000 objetos de valor
en 2021 no es cualquier cifra.
Y formar en este ámbito es necesario, porque si encuentras un
pequeño tesoro del siglo XV y le metes la navajina de Taramundi, el desperfecto
puede ser monumental. No sé qué pensarán de esto los arqueólogos que se pasan
horas de rodillas en las excavaciones previa burocracia para trabajar.
Y Asturias, no es menos, qué va. No podía ser de otra manera,
con lo grandonos que somos. Un buen séquito de “detectores” abundan por zonas
recónditas, con el Youtuber Virgilio García a la cabeza, que ilustra documentalmente
sus hallazgos.
Cuentan, dicen, que el Principado de Asturias trabaja en regular
esta situación, porque a este paso, el museo arqueológico va tener más
sucursales que la Caja rural.
Yo, estoy valorando muy personalmente, esta situación. Porque
tiene muchos enfoques, además del arqueológico. Estás al aire, al sol, ganes
unes perruques, pones a vivir las endorfinas y no molestes en casa. Un placer
al servicio de la historia.
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