PULSERAS DE COLORES

 

En los 80 se bajaba la persiana del negocio correspondiente antes de subirte en un 4 latas cargado el doble de lo permitido con destino a la costa (los más afortunados) y al pueblo de referencia (los más afortunados pero sin perres). Y por menos de quince días no se salía de casa. No merecía la pena. Lo normal, un mes.

El compromiso con los días 1 y 15 del mes eran cuasisagrados. Y eso llevaba consigo una concialiación familiar de alto nivel; esto es, el 4 latas era capaz de albergar maletas, matrimonio, suegros, cubos y rastrillos de todos los hermanos y el pez naranja en un tupper con agujeros de respiración.

Y ya lo decía Sole Jiménez, la vocalista de Presuntos Implicados: cómo hemos cambiado. Pues sí, mucho. Las vacaciones se han recortado a la mínima expresión “vulnerando los criterios de la quincena”. Esto es, una vez olvidados de los periodos mensuales de unas vacaciones completas por los elevados precios, recurrimos a la versión de “una semanina en un hotel con todo incluido”; donde acudes orgulloso/a a ponerte frente al sol (que no cara al sol) a tostar mientras tu inconsciente recuerda esa canción de Jerónimo Granda, que nunca escuchaste, que habla de “comer y beber como gochos, igual que dinosaurios”. Y sudando como si hubieras ido a la yerba desde el amanecer, acudes al chiringuito de la piscina, enseñas tu pulserina identificativa y pides otru cacharru más; no porque tengas sed, no. Pides otru cacharru porque hay que amortizar el plus que pagaste por tener barra libre y eso te da licencia pa contarlo a los colegas del trabajo cuando llegues en septiembre.

            Luego vuelves a la tumbona, bebes y decides qué restaurante toca hoy: el chino con sus agridulces, el mexicano con sus picantes o el tailandés que resulta exótico. En definitiva, da igual al que vayas porque toda la comida te va a saber a lo mismo. El ron cola, que ya no se llama cubalibre, mimetiza tus papilas gustativas a un reduccionismo mínimamente expresivo.

Pero pa poder contarlo, haces fotos que te recuerden que esa semana de la que vives un año entero mientras trabajas de sol a sol pa ahorrar cuatro perruques que te lleven a disfrutar de otro momento dinosaurio.

            Pero atención. Si en los últimos años veníamos viviendo una progresiva reducción del periodo estival que se concentra en la primera quincena de agosto para la mayoría de los mortales; este año la marcada fecha en el calendario de unas elecciones el 20-J, o el 20-Jul (para no olvidarse de junio), viene a normalizar que el verano no son vacaciones de extensión escolar y que dan pa lo que dan. Es un jarro de agua fría.

            Yo quiero desde aquí romper una lanza a favor de las vacaciones rurales, las de ese pueblo de referencia, las de esas fiestas patronales con pasodoble y que perdamos el miedo a decir que unas semanas de vacaciones en Villamanín o en Mota del Cuervo no son menos por no llevar pulserina identificativa con el “todo incluido”. Prejuicios que se esfuman cuando entras a ese bar de pueblo, donde te llaman por el nombre y no te preguntan qué vas a tomar, porque ya lo saben y no te miran el color de la pulsera porque te miran a la cara.

 

 

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