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PULSERAS DE COLORES

  En los 80 se bajaba la persiana del negocio correspondiente antes de subirte en un 4 latas cargado el doble de lo permitido con destino a la costa (los más afortunados) y al pueblo de referencia (los más afortunados pero sin perres). Y por menos de quince días no se salía de casa. No merecía la pena. Lo normal, un mes. El compromiso con los días 1 y 15 del mes eran cuasisagrados. Y eso llevaba consigo una concialiación familiar de alto nivel; esto es, el 4 latas era capaz de albergar maletas, matrimonio, suegros, cubos y rastrillos de todos los hermanos y el pez naranja en un tupper con agujeros de respiración. Y ya lo decía Sole Jiménez, la vocalista de Presuntos Implicados: cómo hemos cambiado . Pues sí, mucho. Las vacaciones se han recortado a la mínima expresión “vulnerando los criterios de la quincena”. Esto es, una vez olvidados de los periodos mensuales de unas vacaciones completas por los elevados precios, recurrimos a la versión de “una semanina en un hotel con todo...

Después de vieyu, gaiteru

  Hay una expresión/refrán muy nuestro que dice: “después de vieyu, gaiteru”. Aplicable, sin duda, a personas que en su último tercio de vida dedican su tiempo a esa afición pendiente, a ese oficio que siempre le llamó la atención o a ese instrumento al que nunca fue capaz de enfrentarse (la gaita, si lo consideramos todo de manera literal). Y es que no hay mejor manera que ocupar el tiempo de una jubilación en aquellos quehaceres que uno tiene pendientes antes de entrar en el tiempo de descuento. Claro que las jubilaciones no son iguales para todos. Un autónomo o un asalariado de base tiene que trabajar hasta los 65, o más para luego tener una pensión digna. De esa presión final se libran los famosetes del “papel cuché”, que son capaces de llegar a la cuarentena con la jubilación firmada. Pongamos que hablamos de aquellos que cotizaban a la seguridad social por los Regímenes Especiales de la Seguridad Social de Trabajadores Ferroviarios, Jugadores de Fútbol, Representantes ...

Tóxico, como la lejía.

  Para un setentero como yo, escuchar la palabra tóxico era vincularlo, directamente, con la botella de lejía, amarilla, con una calavera de importantes dimensiones que advertía de que aquello era peligroso. Algo de lo que dudabas cuando veías a las madres (sí, porque antes los padres limpiaban poco o nada) utilizarlo con mucha alegría y predisposición y hasta cierto grado de satisfacción al acompañar su uso de frases que resumían cada momento de uso: ¡lo que no quita la lejía no lo quita nada!, ¡eso hay que desinfectarlo con lejía! Yo miraba a mi madre, miraba el recipiente de la lejía con su calavera y no acababa de entender aquella relación cuasiamorosa; ¿por qué a mi no me dejaban acercarme a ella? Porque era tóxica. Y, de aquella, no aparecía en la etiqueta el teléfono de urgencias toxicológicas. Luego entendí que aquel poder “limpiador” y depurador de la lejía se reducía al ámbito doméstico y no al humano/fisiológico cuando pretendía curar la amigdalitis con un chupito de...

Aberraciones literarias sin aroma a Ducados

  Yo tengo un librero de cabecera. Un señor bajito que regenta una librería muy pequeña donde los libros, que se acumulan unos encima de los otros, combinan títulos actuales con clásicos con solera, o lo que es lo mismo, bajados de color por el sol de la tarde. Una librería que fue santuario de peregrinación en los setenta cuando por la ciudad corría sangre literaria cargada de glóbulos lingüísticos que oxigenaban los incipientes campus universitarios. En la susodicha librería, Ducados, en mano, debatían los eméritos profesores sobre las corrientes, las novedades literarias y la rabiosa actualidad que fluía entre inauguraciones de pantanos y los goles de Di Estéfano. Cincuenta años más tarde mi librero de cabecera ordenaba ayer una veintena de títulos nuevos recién llegados en la última remesa. Y es que esta época del año es propicia para la venta de los nuevos títulos. Las editoriales no dejan parar a unas máquinas que no son conscientes de lo que imprimen ni se resienten ni sie...

Pseudoarqueólogos

  Las playas españolas siempre fueron motivo de inspiración y también de conspiración. En un país como el nuestro, lleno de intrépidos, los arenales siempre serán una abundante localización de recursos. Películas, videoclips, libros, conciertos, espetos, chiringuitos, venta ambulante, fotos en la orilla, posados, cada vez menos castillos y cada día más runners . Así, una y otra playa; así una y otra costa. Pero, sin duda, hay un personaje propio de las playas españolas cuyo “oficio” sin estar recogido en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, responde al nombre de “detectorista”. Sí, no es fácil de describir, pero hay un patrón bastante fiel que responde a este prototipo de ciudadano/a. Con un atuendo playero-montañero, amplio, ataviado con unos auriculares llamativos y un bastón con final en “plato”, los detectoristas deambulan por las playas en busca de objetos metálicos de valor que satisfagan su ansia de arqueología pseudofrustrada . En la mayoría de las...

Las campañas electorales; lo que no se ve.

  Hay una cuestión que me llevo preguntando varios meses: ¿ya soy viejo? ¿cómo se mide la vejez? Utilizar la edad cronológica no deja de ser una vara de medir un tanto ambigua y variable según el sentimiento y la experiencia de las personas. Yo me pregunto si soy viejo por haber pensado que me quedan 17 años para jubilarme. Asumo la madurez plena por los libros que he leído, las experiencias vividas, o por el mero hecho de encontrarme por la calle a exalumnos que ya tienen hijos en edad adolescente. Pero si hay algo que me guiña el ojo cuando me pregunto por la vejez es el concepto de cambio. Haber vivido la evolución de las cosas, de los hechos, de las instituciones o del mismo cambio climático me genera una sensación de vejez (aquellas nevadas de los años 80, que ya no hay). Hoy lo he vuelto a revivir. Esta noche, en la que da comienzo otra campaña electoral, acudo a mi memoria para recordar que yo he vivido las auténticas pegadas de carteles con brocha y caldero en mano de u...

Quítate tú pa poneme yo

              Hay una frecuente pregunta que se le reitera a los niños casi desde los orígenes de la humanidad: ¿qué quieres ser de mayor?             Bomberos y policías eran las profesiones más elegidas en los años 80 por ellos, mientras que peluquera o maestra se repartían entre ellas. Era una sociedad más segregadora por sexos que se rompía en igualdad de opinión en aquella propuesta de futuro que se encarnaba en ser “ jubiláu / ada como mi güelu”.             Los post-2000 ya seguían a modelos de pasarela y/o actrices o futbolistas que comenzaban a llenar las parrillas de televisión. Hoy día, el reparto es evidente: influencers o youtubers.             No niego que he escuchado en cierta ocasión a algún alumno/a aventajado/a decir que quiere ejercer de...